“Malditos” es mucho más que la historia de Fiskales Ad-Hok. Es una foto viva de la contracultura surgida en el Chile de los suburbios en los ’80.
Hubo un tiempo en que el rock n’roll quiso cambiar el mundo. Desde el poder de una pared de amplificadores y un puñado de acordes, un grupo de jóvenes podía sentirse en el derecho de escupirle a la realidad que odiaban y no sentirse mal por ello. Hoy, cuando la juventud no parece tener mucho de qué hablar, sale a la luz “Malditos”, el primer documental de rock chileno, realizado por el director Pablo Insunza. Este relata íntegramente la historia de Fiskales Ad-Hok, el grupo punk chileno más importante de los últimos quince años, parido entre las sombras de unos años en que el temor a la expresión era símbolo de un estructuralismo cimentado en la violencia y la represión. Desde el momento en que, caminando por la calle, Álvaro España (voz) y Roly (bajo) establecieron conexión inmediata por sus vestimentas, pasando por los primeros ensayos, las tocatas violentas y la vuelta a la democracia, “Malditos” es el retrato caliente de los últimos años del gobierno de Pinochet, visto desde el prisma de cuatro chicos vestidos de bototos decididos a cambiar su entorno a punta furia de contestataria.
La mezcla entre rock y política es sinónimo de quiebre y conflicto y, para esta ocasión, lo de “Malditos” no es gratuito. La mayoría de los grandes rockumentales de la historia se mueven en un contexto social de transición y muerte ideológica. “Gimme Shelter” (1970), el documental de los hermanos Maysles acerca de la trágica gira por EE.UU de los Rolling Stones, constituye el principio del fin de las utopías que movieron a toda una generación. “The Filth and the Fury” (2000), de Julián Temple, retrata el apogeo y caída del punk más seminal de la mano de la histeria anárquica de los Sex Pistols. “Malditos” trasciende los acordes filosos para adentrarse en la historia de un Chile dividido en dos. Primero, el de los’80, donde la supervivencia de la contracultura se hallaba en los oscuros galpones underground y, luego, el de los ’90, uno que tras la dictadura no vio cumplir con lo prometido. Hijos de una época a la que no pertenecieron y sobrevivientes en otra no tan distinta, la historia de Fiskales Ad-Hok es una sobredosis de actitud, pero, por sobre todo, una alucinante aventura por la convivencia punk y el espíritu adolescente de cuatro chicos que decidieron una noche en gritarle al mundo su enojo sin haber tomado jamás unas guitarras. Mezclado con intervenciones de Jorge González y Carlos Cabezas e hitos imborrables como el teloneo a Ramones el ’92 o la gira europea del 2000, “Malditos” fue editado en la época en que Fiskales aún no volvía del receso tomado tras 15 años ininterrumpidos en ruta. El detalle se torna una metáfora al baño de nostalgia representado, más que por un grupo, por un espíritu en retirada y un conjunto de sueños que el tiempo se encargó de ir dejando varados a orillas del camino.
Hubo un tiempo en que el rock n’roll quiso cambiar el mundo. Desde el poder de una pared de amplificadores y un puñado de acordes, un grupo de jóvenes podía sentirse en el derecho de escupirle a la realidad que odiaban y no sentirse mal por ello. Hoy, cuando la juventud no parece tener mucho de qué hablar, sale a la luz “Malditos”, el primer documental de rock chileno, realizado por el director Pablo Insunza. Este relata íntegramente la historia de Fiskales Ad-Hok, el grupo punk chileno más importante de los últimos quince años, parido entre las sombras de unos años en que el temor a la expresión era símbolo de un estructuralismo cimentado en la violencia y la represión. Desde el momento en que, caminando por la calle, Álvaro España (voz) y Roly (bajo) establecieron conexión inmediata por sus vestimentas, pasando por los primeros ensayos, las tocatas violentas y la vuelta a la democracia, “Malditos” es el retrato caliente de los últimos años del gobierno de Pinochet, visto desde el prisma de cuatro chicos vestidos de bototos decididos a cambiar su entorno a punta furia de contestataria.
La mezcla entre rock y política es sinónimo de quiebre y conflicto y, para esta ocasión, lo de “Malditos” no es gratuito. La mayoría de los grandes rockumentales de la historia se mueven en un contexto social de transición y muerte ideológica. “Gimme Shelter” (1970), el documental de los hermanos Maysles acerca de la trágica gira por EE.UU de los Rolling Stones, constituye el principio del fin de las utopías que movieron a toda una generación. “The Filth and the Fury” (2000), de Julián Temple, retrata el apogeo y caída del punk más seminal de la mano de la histeria anárquica de los Sex Pistols. “Malditos” trasciende los acordes filosos para adentrarse en la historia de un Chile dividido en dos. Primero, el de los’80, donde la supervivencia de la contracultura se hallaba en los oscuros galpones underground y, luego, el de los ’90, uno que tras la dictadura no vio cumplir con lo prometido. Hijos de una época a la que no pertenecieron y sobrevivientes en otra no tan distinta, la historia de Fiskales Ad-Hok es una sobredosis de actitud, pero, por sobre todo, una alucinante aventura por la convivencia punk y el espíritu adolescente de cuatro chicos que decidieron una noche en gritarle al mundo su enojo sin haber tomado jamás unas guitarras. Mezclado con intervenciones de Jorge González y Carlos Cabezas e hitos imborrables como el teloneo a Ramones el ’92 o la gira europea del 2000, “Malditos” fue editado en la época en que Fiskales aún no volvía del receso tomado tras 15 años ininterrumpidos en ruta. El detalle se torna una metáfora al baño de nostalgia representado, más que por un grupo, por un espíritu en retirada y un conjunto de sueños que el tiempo se encargó de ir dejando varados a orillas del camino.
Banda: Fiskales Ad-Hok.
Dirección: Pablo Insunza.
Título: Malditos.
Año de producción: 2004
Actuación: Los Fiskales Ad-Hok, el Rumpy, Rolando Ramos, Jorge González.
Duración: 1 hora 11 minutos.
Clasificación: todo espectador.