En 1960, Roland Topor se estrenó en el ámbito editorial con Les Masochistes, un pequeño librillo que explora a base de ilustraciones esa idea del hombre como ser que, de manera inexplicable, tiende a forzar situaciones que le causan daño. El francés dibuja escenas de indiferencia placentera ante el dolor autoinfligido. Los personajes se entretienen con todo tipo de prácticas autodestructivas que fuerzan los límites del absurdo. Y se presentan como juego inocente, como forma de distracción mundana. La intención puede parecer simplemente humorística, pero esas escenas pronto se convierten en fuente de incomodidad.
Topor se afanó a lo largo de su obra por hacer explícitas situaciones en las que se manifiestan las actitudes crueles y el sadismo del ser humano. Aquí esa crueldad se dirige hacia el cuerpo propio, aludiendo a la algolagnia, al placer masoquista, pero no necesariamente a esa idea del “erotismo del dolor” que solemos asociar a esas expresiones. Más bien, las imágenes nos hablan de insensibilización, del absurdo de lo cotidiano y su poder anestesiante. La violencia dirigida contra uno mismo también puede ser una forma de revolverse contra eso, una llave para la catarsis. A veces, sentir dolor es la única manera de lograr sentir algo.